El Papa Francisco reflexionó sobre el valor de la vejez en una sociedad “de descarte” en su catequesis de este miércoles 23 de febrero y destacó la importancia de establecer un coloquio entre jóvenes y ancianos “para que este puente sea la transmisión de la sabiduría en la humanidad”.
“No olvidemos que en la cultura, sea familiar, social, los ancianos son como las raíces de un árbol. Tienen toda la historia ahí. Los jóvenes son como las flores y los frutos. Si no llega la savia de las raíces, nunca podrán florecer”.
A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Terminamos las catequesis sobre San José. Hoy empezamos un recorrido de catequesis que busca inspiración en la Palabra de Dios sobre el sentido y el valor de la vejez.
Desde hace algunas décadas, esta edad de la vida concierne a un auténtico “nuevo pueblo” que son los ancianos. Nunca hemos sido tan numerosos en la historia humana. El riesgo de ser descartado es aún más frecuente: los ancianos suelen ser vistos como “una carga”. En la dramática primera fase de la pandemia fueron ellos los que pagaron el precio más alto. Ya eran la parte más débil y descuidada: no los mirábamos demasiado cuando estaban vivos, ni siquiera los veíamos morir.
También encontré esta carta para los derechos de los ancianos y el deber de la comunidad. Está editado por el gobierno, no por la Iglesia. Es un texto laico y es interesante para saber y conocer que los ancianos tienen derechos. Os hará bien leerlo.
Junto a las migraciones, la vejez es una de las cuestiones más urgentes que la familia humana está llamada a afrontar en este tiempo. No se trata solo de un cambio cuantitativo; está en juego la unidad de las edades de la vida: es decir, el real punto de referencia para la comprensión y el aprecio de la vida humana en su totalidad.
Nos preguntamos: ¿hay amistad, hay alianza entre las diferentes edades de la vida o prevalecen la separación y el descarte?
Todos vivimos en un presente donde conviven niños, jóvenes, adultos y ancianos. Pero la proporción ha cambiado: la longevidad se ha masificado y, en amplias regiones del mundo, la infancia está distribuida en pequeñas dosis. Hemos hablado sobre el invierno demográfico.
Un desequilibrio que tiene muchas consecuencias. La cultura dominante tiene como modelo único el joven-adulto, es decir, un individuo hecho a sí mismo que permanece siempre joven. Pero, ¿es verdad que la juventud contiene el sentido pleno de la vida, mientras que la vejez representa simplemente el vaciamiento y la pérdida? ¿Eso es verdad?
¿Tiene solamente la juventud el sentido pleno de la vida y la vejez es la pérdida de la vida?
La exaltación de la juventud como única edad digna de encarnar el ideal humano, unida al desprecio de la vejez vista como fragilidad, degradación, discapacidad, ha sido el icono dominante de los totalitarismos del siglo XX. ¿Quizás ya lo hemos olvidado?
La prolongación de la vida incide de forma estructural en la historia de los individuos, de las familias y de las sociedades. Pero debemos preguntarnos: ¿su calidad espiritual y su sentido comunitario son objeto de pensamiento y de amor coherentes con este hecho? ¿Quizá los ancianos deben pedir perdón por su obstinación a sobrevivir a costa de los demás? ¿O pueden ser honrados por los dones que llevan al sentido de la vida de todos?
De hecho, en la representación del sentido de la vida – y precisamente en las culturas llamadas “desarrolladas” – la vejez tiene poca incidencia. ¿Por qué? Porque es considerada una edad que no tiene contenidos especiales para ofrecer, ni significados propios para vivir. Además, hay una falta de estímulo por parte de la gente para buscarlos, y falta la educación de la comunidad para reconocerlos. En resumen, para una edad que ya es parte determinante del espacio comunitario y se extiende a un tercio de toda la vida, hay – a veces – planes de asistencia, pero no proyectos de existencia, planes de asistencia, pero no proyectos para hacerlos vivir en plenitud. Y esto es un vacío de pensamiento, imaginación, creatividad.
Sobre este pensamiento, lo que hace el vacío, es que el anciano y la anciana son material de descarte. En esta cultura de descarte, los ancianos entran como material de descarte.
La juventud es hermosa, pero la eterna juventud es una alucinación muy peligrosa. Ser ancianos es tan importante –y lindo– como ser jóvenes. Recordemos eso. La alianza entre las generaciones, que devuelve al ser humano todas las edades de la vida, es nuestro don perdido. Y debemos recuperarlo en esta cultura del descarte y de la productividad.
La Palabra de Dios tiene mucho que decir a propósito de esta alianza. Hace poco hemos escuchado la profecía de Joel: «sus ancianos soñarán sueños, y sus jóvenes verán visiones» (3,1). Se puede interpretar así: cuando los ancianos resisten al Espíritu Santo, enterrando en el pasado sus sueños, los jóvenes ya no logran ver las cosas que se deben hacer para abrir el futuro. Cuando sin embargo los ancianos comunican sus sueños, los jóvenes ven bien lo que deben hacer.
Los jóvenes que ya no preguntan los sueños de los ancianos, apuntando con la cabeza gacha a visiones que no van más allá de sí mismos, les costará llevar su presente y soportar su futuro. Si los abuelos se repliegan en sus melancolías, los jóvenes se encorvarán aún más en su smartphone. La pantalla puede también permanecer encendida, pero la vida se apaga antes de tiempo.
¿La repercusión más grave de la pandemia no está quizá precisamente en el extravío de los más jóvenes? Los ancianos tienen recursos de vida ya vivida a las cuales pueden recurrir. ¿Verán a los jóvenes que pierden su visión y los acompañarán calentando sus sueños?
Ante los sueños de los ancianos, ¿qué pueden hacer los jóvenes?
La sabiduría del largo camino que acompaña la vejez a su despedida debe ser vivida como un don de sentido de la vida, no consumida como inercia de su supervivencia. La vejez, si no es restituida a la dignidad de una vida humanamente digna, está destinada a cerrarse en un abatimiento que quita amor a todos.
Este desafío de humanidad y de civilización requiere nuestro compromiso y la ayuda de Dios. Pidámoslo al Espíritu Santo. Con estas catequesis sobre la vejez, quisiera animar a todos a invertir pensamientos y afectos en los dones que esta lleva consigo y a las otras edades de la vida. La vejez es un don para todas las edades de la vida, es un don de madurez, de sabiduría. La Palabra de Dios nos ayudará a discernir el sentido y el valor de la vejez; el Espíritu Santo nos conceda también a nosotros los sueños y las visiones que necesitamos.
La vejez es un don, para todas las edades de la vida. Es un don de madurez, de sabiduría. Quisiera subrayar, como hemos escuchado en la profecía de Joel, al inicio, lo importante no es solo que el anciano ocupe el lugar de sabiduría que tiene, de historia vivida en la sociedad, pero también que exista un coloquio, de interlocución con los jóvenes… este puente será la transmisión de la sabiduría en la humanidad.
Espero que estas reflexiones sean de utilidad para todos nosotros, para llevar adelante esta realidad que decía el profeta Joel. Que en el diálogo entre jóvenes y ancianos, los ancianos puedan dar sus sueños y los jóvenes puedan recibirlos y llevarlos adelante. No olvidemos que en la cultura, sea familar, social, los ancianos son como las raíces de un árbol. Tienen toda la historia ahí. Los jóvenes son como las flores y los frutos. Si no llega la savia de las raíces, nunca podrán florecer. No olvidemos aquel poeta del que he hablado tantas veces, “todo aquello que en el árbol ha florecido, viene de aquello que está bajo tierra”.
Todo aquello bonito que tiene una sociedad, es gracias a las raíces de los ancianos. Por eso, en esta catequesis, yo querría que la figura del anciano venga hacia arriba, que se entienda bien que el anciano no es material de descarte, sino una bendición para la sociedad.