Homilia del dia domingo 20 de septiembre

Cristo nos invita a servir y no buscar puestos.

Escalar los puestos de poder será siempre la gran tentación de aquellos que son “demasiado humanos”. Ambicionar cargos, corromper con el dinero, influenciar a las masas. ¿Quién podrá resistir la seducción? Seguir a Cristo es transformar el mundo, no desde los puestos de mando sino desde el servicio humilde de los últimos puestos. Esta es la fuerza del cristiano.
Hermanas y hermanos:
1. Hay tres cosas que mucha gente pone en la cima de su escala de valores: Riqueza, poder y placer y para conseguirlos sacrifica todo lo demás. Para nosotros, los personajes importantes son los hombres y las mujeres de prestigio, que han logrado sobresalir sobre los demás y ser aplaudidos por las gentes. Son los rostros que vemos en la TV: líderes políticos, cantantes, atletas.
Jesucristo invierte esta escala de valores: En la cumbre pone la humildad, la pobreza y la cruz. Hombres y mujeres anónimos, de rostro desconocido, que se desviven en el servicio desinteresado a los demás. Pueden parecer los últimos pero su vida es verdaderamente grande.
2. Entre los más cercanos al Maestro surgió una discusión sobre  “quién era el más importante”. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarnos que el que gobierna a la comunidad se compromete a las más duras tareas. “Ministrare” significa servir. El ministerio es un “servicio”, radical y bien concreto. Un ministro debe poner a disposición de los demás todo lo que es y todo lo que tiene. ¡Cuántas veces nos dejamos guiar según la mentalidad humana! Ser más que los demás, “salir en la foto”. Y eso puede pasar en la política y en la vida social y en la familia y en la comunidad eclesial.
3. Jesús nos enseña que debemos ser los últimos, disponibles, servidores y no dueños. San Pablo lo asumió como programa de su apostolado: “Me he hecho todo a todos”. Eso incluye tiempo, fuerzas, talentos, capacidad. Además al hacerlo “con todos” significa que se adapta a las necesidades de cada uno, sin excluir a nadie. Es lo que Tagore sentenciaba con verdadero espíritu evangélico: “Me dormí y soñé que la vida era alegría; me desperté y me encontré con que la vida era servicio; me puse a servir y descubrí que el servicio es alegría”. Jesús lo dijo así: “Hay más alegría en dar que en recibir”
La ley de Dios es una verdadera regla interior y un estilo de vida. La fidelidad es lo que da al justo la capacidad de resistir las seducciones de la moda, de las costumbres paganas. La presencia de una persona buena da, por una parte, testimonio a los demás y les puede edificar y animar a practicar el bien. Pero, por otra, puede resultar una denuncia callada del estilo de vida que llevan otros: por ejemplo, materialista, despreocupada por las cosas del espíritu, superficial, injusta, egoísta.
Hermanos: Al llegar a casa hoy ejercitemos nuestra autoridad con espíritu de servicio. ¡Y hay tantos detalles que harán felices a nuestros hijos! Ellos aprenderán de nosotros las virtudes de la convivencia humana como la humildad, la generosidad, el respeto, la servicialidad. Probemos ya y veremos con asombro los resultados. Que así sea.

 

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