Homilia del dia domingo 21 junio/12 ordinario B

A VECES JESÚS DUERME

Hoy soplan vientos contrarios para la fe y para la vida de la Iglesia; es un momento de prueba que puede servirnos para despertar de la mediocridad y superficialidad en que a veces caemos. ¿Cómo nos afecta? Hay quien se desalienta o se escandaliza, e incluso quien pretende dominar la tempestad por sus propios medios.  Jesús increpa a los vientos y estos le obedecen, pero reprocha a los discípulos su cobardía y poca fe.

Hermanas y hermanos:

1.  La escena nocturna de doce hombres encorvados sobre sus remos, que luchan hasta el límite de sus fuerzas contra el furor de la naturaleza, nos hacen ver la gravedad del momento. Pero su simbolismo va más allá de la narración. La tormenta es imagen de las persecuciones que sufre la Iglesia y las luchas que cada alma tiene que librar contra las tentaciones y dificultades. Pequeñas y grandes tempestades: inquietudes, proyectos que no llegan a realizarse, dificultades en las relaciones con los demás, desgracias inesperadas. Entonces puede llegar la tentación de pensar que Dios se ha olvidado de nosotros; que “Jesús duerme”.

2.  ¿Cuáles serían los motivos por los que Jesús seguía dormido en medio de la tormenta? ¡Todos queremos y esperamos que nos haga un milagro! pero una religión de milagros pondría a Dios al servicio de nuestros intereses y de nuestros caprichos. Jesús sabía que los milagros que realizaba sobre las cosas podrían distraer la atención sobre su persona. Jesús está como dormido, tranquilo, silencioso, paciente. Debemos ser capaces de creer en Él sin necesitar otros milagros que no sean el de su amor. En otras palabras: No buscar los milagros del Señor, sino al Señor de los milagros.

3.  Cuando nos sentimos amenazados por un mal todos acudimos al Señor. La oración de los apóstoles era, en realidad, una oración desconfiada, de inquietud, de duda. Si Él estaba allí no deberían tener miedo. Cuando estamos con Jesús no corremos el peligro de perdernos porque Él puede salvarnos, aún durmiendo. “¿Por qué sois tan cobardes? – les dice Jesús- ¿Aún no tenéis fe?”. Pero es que el miedo es el mayor enemigo de las personas, de la familia, de las comunidades. Paraliza, impide la creatividad, la aventura evangélica. Alguien ha dicho atinadamente: “Hay que tenerle miedo al miedo”.

La cobardía es nuestro mayor pecado contra la fe. No nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el Evangelio significa. Ballet hablaba de “la herejía disfrazada” de los que defienden el cristianismo, incluso con agresividad, pero no se abren nunca a las exigencias más fundamentales del Evangelio. A veces parece que Jesús duerme; son las noches de la fe. Es el silencio desgarrador y desesperante del Señor. Jesús quiso sufrir nuestros miedos en la noche de la agonía y suplicó a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Este es el momento culminante de la fe, cuando a pesar de que nos envuelven las tinieblas confiamos en Él. Es el momento de la fe desnuda.

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