LA FE Y EL PROFET
“Te hagan caso o no te hagan caso…, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos”. Son siempre actuales esas palabras que Dios dirige al profeta Ezequiel, según el texto que hoy se lee en la celebración de la eucaristía. (Ez 2,2-5). Un texto que resume la misión del profeta. Nos habla, en efecto, de él, de las gentes y, sobre todo de Dios.
En primer lugar, el profeta ha recibido el Espíritu y escucha la palabra que Dios le dirige. Pero no la escucha para su propio beneficio, sino para transmitirla con toda fidelidad a los demás
Además, el profeta ha de cumplir su misión, aun sabiendo que con mucha frecuencia las gentes tratarán de ignorar el mensaje que Dios les comunica por medio del profeta.
Finalmente, la simple presencia del profeta es ya un mensaje sobre el Dios misericordioso que no olvida a su pueblo y ofrece su salvación aun a aquellos que la desprecian.
Al regresar a su propia tierra, Jesús ha tenido que sufrir una triple frustración. De hecho, el evangelio que hoy se proclama (Mc 6,1-6), nos lo presenta como un “Sabio desconocido”, un “Profeta despreciado” y un “Médico reducido a la impotencia”.
• “¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?” Las gentes de Nazaret se muestran muy satisfechas de su propia sabiduría. No están dispuestas a abrirse a otras formas de ver la realidad. También hoy se rechaza al evangelio si no apoya nuestras opciones sobre la vida personal, familiar o social.
• “No desprecian a un profeta más que en su tierra”. También hoy se desprecia la palabra profética y se calumnia a los profetas. En realidad, se rechaza su mensaje si no sirve para apoyar las pretensiones de un grupo social, de una lengua, de una cultura o de una determinada propaganda social.
• “No pudo hacer allí ningún milagro”. También hoy se piensa que la fe sólo puede servir para conseguir “milagros”. Pero de esa forma, no nos abrimos al misterio de la salvación que Dios nos ofrece. La fe se reduce a un instrumento para satisfacer nuestras necesidades de trabajo, de salud o de convivencia familiar.
El texto evangélico se cierra con un par de observaciones que nos ayudan a descubrir por un momento los sentimientos de Jesús y el talante con el que llevaba adelante su misión:
• “Se extrañó de su falta de fe”. La fe en un ser humano es, sobre todo, un acto de confianza. Exige la salida del propio egoísmo y la confianza en el otro. No creemos en otro cuando tratamos de instrumentalizarlo para nuestro interés. También la fe religiosa supone un salto en el vacío. Las gentes de Nazaret no aceptan que Jesús supere lo que ellos sabían de él.
• “Recorría los pueblos del contorno enseñando”. El principio de la misión de Jesús es un estrepitoso fracaso. Pero Jesús no se desalienta. Los que debían de estar cerca se muestran muy lejanos a él y a su mensaje. Pero seguramente los de fuera se abrirán a escuchar una palabra que les traerá la salvación.
– Señor Jesús, demasiadas veces te hemos reducido al tamaño de nuestros prejuicios y expectativas. Ayúdanos a aceptar tu mensaje con generosidad. Y a reconocer que la fe es un itinerario que nunca está totalmente cerrado.