En La Pascua nos instalamos y entregamos a la alegria.
Con la Iglesia universal estamos celebrando el tiempo de Pascua. Es un tiempo de gozo y de alegría, un tiempo de victoria y de fiesta. Por eso, el verdadero cristiano es incapaz de vivir al margen de la alegría pascual. Por Cristo ha sido introducido e instalado en la alegría, entregado a la alegría. En su vida no puede ya existir el fracaso: ni el pecado, ni el sufrimiento, ni la muerte son ya para él obstáculos insuperables. Todo es materia prima de redención, de resurrección: porque en el centro mismo de su pecado, de sus sufrimientos y de su muerte, le espera Jesucristo vencedor. El Señor resucitado ha llenado al mundo de gozo. Y si nos fijamos en el Evangelio de hoy y en los Evangelios de este tiempo pascual, nos damos cuenta de lo siguiente. Hay dos cosas que Cristo reprocha especialmente a sus discípulos: el temor y la tristeza. “Llenos de miedo creían ver un fantasma”, dice de ellos el Evangelio de hoy. “Mujer, ¿por qué lloras?”, le dice Cristo a María Magdalena, cuando le aparece, cerca del sepulcro. También los discípulos de Emaús “se detienen entristecidos”, cuando se les aparece el Señor. Y siempre Jesús les hecha en cara su miedo y su tristeza. Hemos de preguntarnos, si esta actitud no es también la nuestra. Hemos de examinarnos si nuestra religión personal no es también una religión de tristeza y de terror. Porque muchos cristianos se han construido entre Dios y ellos un muro de desconfianza, de malentendidos, de miedo y de distanciamiento.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Roberto Mena ST
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Roberto Mena ST