Homilía del segundo domingo de adviento.

Por: Fray Gerardo Arias

“Por aquel tiempo, Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: ‘Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.’ Éste es el que anunció el profeta Isaías diciendo: “Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.’”

 

Es el inicio del Evangelio del segundo domingo de Adviento, lo primero que viene a mi mente son dos cosas aparentemente absurdas. La primera “Una voz clama en el desierto”, la segunda “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”

¿Qué caso tiene que una voz grite en el desierto?, si aún en la ciudad los gritos son difíciles de escuchar, si, a veces, ni las voces de los seres que nos aman escuchamos. Si vivimos inmersos en el ruido de la ciudad, de las distracciones de las voces que nos llaman para atender lo que nos ofrecen, de nuestras propias voces que nos dicen: No puedes dejarte de los demás, no puedes conformarte con lo que eres o lo que tienes, debes ser una persona exitosa. Si somos dependientes de nuestros gadgets que nos acercan a los que están lejos y nos separan de los que están cerca.

¿Qué caso tiene que una voz nos invite a preparar el camino del Señor? Si lo que queremos es preparar nuestro propio camino, no importa que atropellemos a los demás, que los hagamos a un lado, que los ignoremos porque se vuelven obstáculos que nos impiden la carrera para llegar al éxito.

Sin embargo, cada año, cada domingo esa voz grita en el desierto y la pregunta persiste ¿por qué la voz grita en el desierto?

Entonces, quizá, en lugar de querer escuchar la voz primero tendremos que encontrar esa voz y entonces podemos que esa voz se dirige a un punto y que no podremos escucharla si estamos inmersos en los ruidos del exterior, en nuestros pensamientos y preocupaciones, en nuestros intereses y egoísmos. Entonces descubriremos que esa voz no se dirige a nuestros oídos, sino que se dirige a nuestro corazón y que nos grita efectivamente, que debemos preparar los caminos que nos llevan al encuentro del señor.

Entonces nos daremos cuenta que para preparar los caminos tenemos que preparar los oídos para escuchar en el silencio, preparar los ojos para ver en las oscuridades de nuestro interior y las oscuridades de nuestro exterior, preparar nuestra palabra para responder a la Palabra, preparar nuestras manos y nuestro cuerpo para sentir la presencia del que se encarna.

Escuchar la voz de Juan el Bautista o del Profeta que claman en el desierto, es escuchar en el interior nuestra propia voz, nuestra propia vida que desde dentro nos dice: no puedes permanecer en el camino que te encuentras, es necesario que cambies de rumbo, que te conviertas para que vivas.

 

 

 

Fray Gerardo Arias, O. P.

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